Los elefantes son animales nativos de zonas templadas del sur y sureste de Asia, Asia Occidental y África. Los esfuerzos para su domesticación surgieron muy temprano, y la cultura de Mohenjo Daro lo logró entre el III y II milenio a. C. También pudieron habitar Mesopotamia y Siria, y surgió la creencia de que hubo una subespecie regional que se extinguió por los cambios climáticos y la caza, aunque las condiciones climáticas del momento pudieron facilitar que el hábitat de los elefantes indio-asiáticos se extendiera hasta la zona del Levante.
Se registran expediciones para su caza y captura desde 1470 a. C., como la del Faraón Tutmosis III en la tierra de Niy (norte de Siria) y el rey asirio Tiglath-Pileser I (1100 a. C.) en la región de Harán en la zona media del Éufrates. Se sabe que los gobernantes asirios Assurnasirpal II (siglo IX a. C.) y Salmanasar II (siglo XI a. C.) recibieron tributos de elefantes y marfil desde la región de Siria. También se tiene registro de su uso en la guerra en Persia e India gracias a testimonios del escritor y médico griego Ctesias de Cnido.
Según se relata en las obras "Pérsica e Índica" (testimonios que deben analizarse cuidadosamente por ser exagerados e incluso inventados) un grupo de Escitas asentados en el mar Caspio los utilizaron en combate de forma exitosa contra Ciro II el Grande. En el siglo IV s. C. Alejandro Magno no encontró ningún elefante salvaje en África Occidental, conociéndolos en la batalla de Gaugamela, donde Darío III enfiló 15 de ellos. Posteriormente serían utilizados como armas en Cartago, el Imperio Seléucida, Egipto Ptolemaico, Epiro e incluso Roma.
- Caza, captura y domesticación
Los elefantes de guerra más usados en Oriente y el Mediterráneo provenían de la India. Éstos eran preferidos por sobre los africanos por ser más grandes y agresivos. Debe mencionarse que en dicha época existieron 2 especies africanas: los llamados elefantes de bosque, más pequeños que los indo-asiáticos; y los elefantes de sabana, más grandes, agresivos e imposibles de domesticar.
Era común que los reinos más cercanos a la India tuvieran contingentes de elefantes más numerosos. Esto se evidenció en el enfrentamiento sostenido por Ptolomeo I Sóter contra Seleuco, quien disponía de cientos de elefantes asiáticos. El diádoco decidió abastecerse de elefantes africanos, y se establecieron enclaves en el Mar Rojo para la captura y envío de elefantes. Los animales eran capturados en la meseta de Eritrea, y posteriormente en Túnez, Marruecos y en el Rif (según Heródoto y Aristóteles).
Para su captura se empleaban principalmente 2 métodos: (i) el primero consistía en cavar una profunda zanja en un lugar llano, cuyo acceso se producía mediante un puente camuflado con tierra y hierba. En la zanja se colocaban 2 o 3 elefantes hembras, cuyo olor atraía a los machos quienes, al cruzar el puente eran capturados al levantar la estructura; (ii) el segundo método consistía en llevar una hembra cerca de una manada de machos, quienes la seguían hasta un lugar donde se colocaba una trampa para amarrar su cuello o sus piernas. Éste método solía ser muy peligroso, ya que se requería más de 100 hombres para poder someter a un elefante.
Al ser capturados los elefantes eran evaluados para determinar su utilidad en combate. Si eran demasiado jóvenes, viejos, o estaban enfermos, eran liberados. En caso de tener una condición óptima se les privaba de comida y bebida para debilitarlos. Se les obligaba a luchar contra elefantes domesticados, y al ser derrotados se les ataban las extremidades para transportarlos.
Los elefantes útiles para el combate debían tener una edad mínima de 20 años, siendo la edad óptima los 40 años por su experiencia y la dificultad de asustarlos. Era más fácil capturarlos que criarlos, ya que una hembra solo puede gestar una cría a la vez, y este proceso tardaría entre 18 a 24 meses. A lo anterior se sumaba el hecho de que cada cría se alimenta de su madre hasta los 6 años, por lo que se debía mantener a los 2.
A los elefantes capturados se les mantenía cerca de los domesticados para que perdieran agresividad siguiendo este ejemplo. En caso de reticencia se les hacía pasar hambre hasta que permitieran ser montados. Después de esto se iniciaba el adiestramiento, haciendo énfasis en habilidades como la movilidad, tolerancia al dolor y a sonidos fuertes, e integración a formaciones de batalla. Para ello se les entrenaba atacándolos con espadas y lanzas (evitando provocar heridas graves), mientras se generaban grandes estruendos para que el animal habituara al ruido de la batalla.
- Equipamiento y participación en batallas.
A los elefantes se les solía equipar con torres sobre su lomo, cuyo tamaño y forma variaba según la envergadura del animal y la cantidad de tripulantes. Las torres albergarían al conductor y a entre 2 y 4 soldados armados con lanzas, jabalinas o arcos; aunque el jinete también podía ir sobre la cabeza del elefante. Las torres serían elaboradas con madera y protegerían a su tripulación de proyectiles.
Se tiene constancia de su uso gracias a testimonios de autores como Plutarco y Polibio, y de representaciones en monedas romanas y cartagineses. Los elefantes también pudieron estar equipados con armaduras metálicas y diversos adornos vistosos, los cuales servirían para aterrorizar a los enemigos, proveer protección y aumentar su fuerza en batalla.
El uso de elefantes disminuiría con el paso del tiempo al encontrarse formas efectivas de hacerles frente. Era común utilizar infantería pesada para atacar las partes sensibles del animal (patas y abdomen) e incluso cerdos prendidos en fuego, cuyo chillido producía pánico en los paquidermos. Algunas batallas en las cuales se usaron elefantes con éxito fueron: Heraclea (280 a. C.); el sitio de Sagunto (219 a. C.); Zama (202 a. C.); el sitio de Numancia (153 a. C.), entre otras; e incluso en la Edad Media durante las conquistas de Tamerlán (1336-1405).
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