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Los bestiarios medievales

Los bestiarios son códices manuscritos elaborados por órdenes de clérigos medievales en los que se compilaron descripciones de animales fantásticos y reales. Eran construidos con materiales de alto valor, por lo que fueron bastante cotizados. Surgieron en Inglaterra durante el siglo XVII y sus fuentes provenían principalmente de obras griegas y latinas sobre la naturaleza, destacando el Physiologus y la Etymologine, en las que se daba sentido a las formas y comportamientos de los animales y a sus nombres, con base en el dogma cristiano.


En los bestiarios se presentaban tanto textos como imágenes, las cuales (en muchos casos) distan de la apariencia real de los animales descritos. Ello es entendible si se tiene en cuenta las fuentes que inspiraron a los bestiarios y el hecho de que sus autores no habían visto en persona a los animales que dibujaban (muchos de ellos nativos de África y Asia). Más que explicaciones científicas, los bestiarios presentaron narraciones didácticas y morales. El mundo era una creación de Dios y cada criatura tenía su función en el mismo, habiendo tanto buenas como malvadas. A su vez, la creencia en estas bestias se vio reforzada por su mención en la Biblia, yendo en consonancia con la visión propia del momento histórico.


Es así como las descripciones de algunos animales hacían referencia a elementos relacionados con las virtudes pregonadas por el cristianismo - como en el caso del león y del fénix representando cualidades de Jesús -, mientras que otros eran relacionados directamente con Satanás y el pecado, siendo señalados como enemigos de Dios y de los hombres santos - como el caso del dragón y las serpientes -, las cuales debían combatirse.


A continuación enumeramos algunas de las criaturas que hicieron parte de estos interesantes documentos, las cuales iremos incrementando con el pasar de los días:


La mantícora



La mantícora es un monstruo cuya descripción general le atribuye el tener cuerpo de león y cabeza humana. A veces se le describe con alas de murciélago y una coraza sobre su lomo. Es una criatura famosa por su poca inteligencia, la cual compensa con una agresividad y fuerza descomunales. En su cabeza lleva una larga cabellera, barba y una dentadura afilada, y su cola termina en un aguijón parecido al de un escorpión, repleto de púas venenosas. Su tamaño es de 5 metros de largo y 3 de alto aproximadamente.


Gusta de la carne humana, y al cazar lanza las púas de su cola como dardos para debilitar a sus presas. Luego las atrapa con sus garras, y permanece en el aire para evitar daños. Normalmente viven en bosques y suelen emparejarse de por vida, cuidando a sus crías, las cuales no son capaces de volar sino hasta la adultez. Asimismo, si bien el cachorro puede adiestrarse, nada garantiza su obediencia una vez crezca.


La mantícora es una criatura originaria de la mitología persa, y habría llegado a la griega a través de las obras sobre historia de la India de Ctesias, un médico heleno de la corte del rey Artajerjes II, en el siglo IV a.C. Algunas personalidades como Pausanias dudaban de la descripción de Ctesias, pensando que se trataba de una exageración de los tigres indios. Por su parte, Plinio el Viejo consideró que la criatura era real y la incluyó en su obra de historia natural, al igual que Claudio Eliano. Estas descripciones serían usadas en los bestiarios medievales, asociando a la mantícora con la tiranía, la envidia y la maldad.


El catoblepas



Según diversos relatos en los confines de Etiopía, cerca del río Nilo, habitó una bestia conocida como catoblepas. De acuerdo con las descripciones el animal era una especie de toro o buey, tenía un tamaño mediano y era de andar lento y perezoso. Poseía escamas en la espalda y una gran cabeza, notablemente pesada, por lo que siempre tenía su mirada inclinada hacia el suelo.


Catoblepas en griego quiere decir algo similar a "el que mira hacia abajo", haciendo referencia a las características de la bestia. Según Plinio, si no fuera por esta circunstancia el catoblepas acabaría con la especie humana, ya que todo el que le mirara a los ojos caería muerto, pensando también que su aliento podía convertir a la gente en piedra. De hecho, se le atribuyó cierta bondad al mirar siempre hacia el suelo, impidiendo el uso de su mortal poder.


Autores como Elieno, Ateneo, Arquelao, Solino y Pomponio Mela también citaron y describieron al catoblepas. Para Elieno el catoblepas era un herbívoro de tamaño parecido a un toro, con gran melena, escamas en el lomo y ojos inyectados de sangre. Según esta descripción su mirada no era letal, pero su aliento era venenoso.


En la Edad Moderna fue citado por Leonardo da Vinci en términos parecidos a los de Plinio. El naturalista polaco Jan Jonston se imaginó al animal como un cuadrúpedo de gran tamaño, parecido a un toro. Por su parte, Gustave Flaubert en La Tentación de San Antonio lo describió como una especie de búfalo negro con cabeza de cerdo y gran melena.


El fénix



Criatura fabulosa y de gran tamaño, descrita con forma de águila y plumaje de fantásticos colores que podía vivir más de mil años. Era una bestia única en su género, por lo que no se reproducía ni unía a otros de su misma especie. En el momento en el cual sentía su muerte construía un nido con plantas aromáticas, donde se acostaba y se prendía en fuego. De las cenizas surgía un huevo que gestaba al nuevo Fénix.


Se decía que la nueva ave tomaba el cadáver de su padre y lo depositaba en un tronco de mirra hueco. Éste era transportado hasta Heliópolis (Egipto) en un viaje acompañado por distintas bandas de aves. El tronco con el cadáver era depositado en el altar del sol, en el templo de Heliópolis, donde los sacerdotes confirmaban la autenticidad del animal e incineraban el viejo cuerpo. Terminada esta ceremonia el Fénix regresaba a Etiopía donde vivía alimentándose de gotas de incienso.

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