Además de los dioses luminosos de los cielos, de las amables y alegres deidades de la tierra, y de las poderosas divinidades de las aguas, existían entidades de naturaleza similar en el mundo subterráneo. Entre ellos estaba Orco, quien recogía su cosecha entre los hombres, abatía a los guerreros valientes y raptaba a los cobardes. Pasaba silenciosamente entre chozas y palacios buscando a sus víctimas, a las que llevaba ante Plutón, el soberano del inframundo.
También era conocida Manía, diosa de los espíritus y el caos, y madre de los Manes (dioses familiares o domésticos). Manía ejercía su dominio sobre los muertos que, habiendo llevado una vida correcta y noble, vagaban por el inframundo como espíritus inmortales. Además de éstos había otros que, habiendo fallecido con una culpa grave sobre sus hombros, se convertían en moradores de los hogares, donde sembraban el terror entre los vivos. Ellos eran conocidos como Lemures.
Sin duda alguna, la deidad más importante del inframundo romano fue Plutón, el equivalente romano de Hades. Hijo de Saturno y Ops, y hermano de Júpiter y Neptuno, fue el dios de la tierra y de las cosechas antes de gobernar el inframundo. Era una deidad de aspecto sombrío, que usualmente llevaba un cetro y un casco de piel de animal que le permitía hacerse invisible. Residía en el Tártaro, lugar del inframundo donde donde se condenaba a los criminales al castigo eterno. Sentado en su trono recibía la compañía de Cerbero y de 4 caballos oscuros, mientras esperaba a las almas transportadas por el barquero, las cuales aguardaban para recibir su juicio.
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