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El asedio y caída de Constantinopla

Actualizado: 20 jun 2020

El 29 de mayo de 1453 el sultán otomano Mehmet II tomó Constantinopla, último reducto del debilitado Imperio Bizantino. Esto supuso un gran golpe para la fe cristiana, que vio caer a los herederos de Roma casi 1000 años después del Imperio de Occidente. La caída de Constantinopla causó un gran revuelo en occidente y muchos vieron el acontecimiento como el principio del fin del cristianismo, pensando incluso en iniciar una nueva cruzada. Al tomar la ciudad el sultán convirtió a Santa Sofía en una mezquita y estableció allí la capital de su imperio, dándole el nombre de Estambul. El dominio musulmán en el Bósforo llevaría a los europeos a buscar rutas comerciales alternativas hacia oriente, expediciones que fueron encabezadas por portugueses y castellanos, y que terminarían con la llegada de los europeos a América.



Para 1453 el Imperio Bizantino estaba en fase terminal. La victoria selyúcida en Manzikert (1071) habría propiciado un declive que crecería como una bola de nieve y el dominio de los bizantinos se redujo tanto que sólo les quedaban la capital y el sur de Grecia. Aunado a ello los problemas internos como las disputas por la corona, problemáticas por impuestos, pérdida de ingresos comerciales y un liderazgo militar débil contribuyeron a la contracción del imperio. A eso se suma el ataque a Constantinopla por los cruzados en 1204, cuando asesinaron a miles de civiles, saquearon los monasterios y destruyeron obras artísticas de gran valor. En resumen, los cruzados devastaron la ciudad y debilitaron en gran medida a la capital imperial.


El asedio propiamente dicho empezaría en abril de 1453, cuando la artillería otomana entró en acción. Los bizantinos pidieron ayuda al Vaticano y a los reinos europeos, pero los refuerzos se retiraron después de lograr una ventaja marítima momentánea, confiados de que las murallas de la ciudad no caerían. El 22 de abril el sultán asestó un golpe estratégico al evitar una cadena que cerraba el Cuerno de Oro y que impedía el cruce de su armada. Esta gesta se logró al transportar los navíos por tierra y empujarlos al mar del otro lado de la cadena, lo cual acabó por perjudicar a una defensa bizantina que se quedaba sin recursos para reparar las murallas.


Aunado a lo anterior, la superstición y los malos presagios mermaron la moral bizantina. El 24 de mayo ocurrió un eclipse lunar que recordó una profecía según la cual la ciudad resistiría mientras la luna brillase en el cielo, lo cual aterrorizó a los defensores. Al día siguiente cayó al suelo un ícono de la Virgen María durante una procesión, a lo que siguió una gran tempestad. Para empeorar el escenario, los refuerzos europeos no llegaban y la resistencia estaba al límite. Era cuestión de días para que se produjera el desastre.


Los turcos también afrontaban sus problemas: escaseaban los recursos para mantener al ejército y los oficiales cuestionaban las estrategias del sultán. Fue entonces cuando Mehmet lanzó un ultimátum a los bizantinos y ofreció perdonar sus vidas si se rendían. Constantino XI rechazó la propuesta y el sultán lanzó su último ataque. Los astrólogos del sultán profetizaron que el 29 de mayo sería un mal día para los infieles, por lo que el dirigente ordenó a sus tropas que descansaran 28, buscando que se preparar y estuviesen en condiciones óptimas para retomar el asedio el día siguiente.



La madrugada del 29 de mayo el ejército turco atacó incansablemente las murallas bizantinas, pero ni la artillería fue suficiente para destruirlas. Así estuvieron durante toda la mañana, en un constante vaivén de ataques turcos y defensa bizantina. Parecía que la ciudad resistiría, pero los bizantinos cometieron un grave error: dejar una puerta semi abierta. Al detectar esta oportunidad un contingente de jenízaros inició la entrada a la ciudad, pero muchos murieron al caer a los distintos fozos y trampas plantadas por los defensores. Al final, un grupo de estos soldados logró entrar con éxito a la ciudad y lo que siguió es conocido por todos.


Quizá una de las anécdotas más llamativas del asedio de Constantinopla fue la muerte del emperador Constantino XI en plena lucha por defender su ciudad, algo que le había prometido a Mehmet II y que al final fue admirado por el sultán. Sabiéndose ganador, el líder otomano entró a la urbe la tarde del 29 de mayo de 1453 junto a sus generales, y como ya contamos ordenó que Santa Sofía fuese convertida en mezquita. Constantinopla cambió de nombre y se convirtió en la capital de este imperio musulmán. A los bizantinos se les permitió residir en la ciudad, pero el sultán se tomó la atirbución de nombrar a los nuevos patriarcas ortodoxos residentes allí.


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